Concierto de Josele Santiago en la sala Copérnico, Madrid
Puede que la sala Copérnico -techos bajos, mala ventilación- no sea muy allá; puede que su último disco, Garabatos, haya dejado a la afición descolocada a base de indagar en sus hermosas letras herméticas y tirar por los cerros de úbeda con la música, arracándose la piel roncanrrolera no se sabe por qué cosa mejor; puede que a la atrevida versión de Mi prima y sus pinceles, como me dijo Aníbal, que de esto sabe, le faltara el cello de Marina Sorín; pero valió la pena, aunque sólo fuera por oír la versión psicodélica de Tragón, y por ver a la gente flipando con este tipo que pone mala cara, nos regaña por fumar, está todo el rato preocupado con el sonido, apenas farfulla incoherencias entre canción y canción, y es difícil seguir el rastro de sus subterráneas letras entre su dicción mascachicles y su estropajosa voz. En fin, ¡qué gran concierto!
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