lunes, noviembre 26, 2007

Konya, la ciudad de Mevlana

webislam (Fernando Pastrano, 'El diario montañés')

Sentado en una terraza del parque Ala Ed-din (Aladino) con una taza de té humeante, el viajero pasa las horas apaciblemente. Lejos quedan las aglomeraciones de Estambul y el bullicio de la Capadocia. Konya es otra cosa. Para el islam sufí, esta ciudad es santa y como tal atrae a un determinado turista religioso.

La romana Iconium fue capital del imperio seléucida (330-150 a.C.). Por ella, pasó Pablo de Tarso en el siglo I, y allí dice la tradición que nació Santa Tecla, una de las discípulas del Apóstol de los Gentiles. Hoy Konya conserva con mimo la tumba de Mevlana (en la imagen dcha), un poeta y místico sufí que nació en Persia en 1207 y murió aquí en 1273. Su nombre completo es Maw Lana Yalal Al-Din Muhammad Balji, algunos le llaman Rumí, pero la mayoría lo conocen simplemente como Maw Lana (Nuestro Guía), trascrito Mevlana. Hijo de un maestro sufí, con sólo diez años emprendió un viaje que le llevaría a La Meca, Damasco y Bagdad. Tras doce años de peregrinación no sólo geográfica se asentó en Anatolia, donde destacó como teólogo y poeta.

Al sufismo, aspecto más exotérico del islam, se le ha llamado también «Camino del Amor». El propio Mevlana dijo (siempre recitaba, nunca escribió) que «Por mucho que intente definir el amor, cuando llego a él me avergüenzo de mis palabras». Simplificando quizá demasiado, se dice que el sufismo es al islam lo que el misticismo es al cristianismo.


En cualquier caso, los sufíes puede que sean la rama más tolerante de la religión de Muhammad. La más receptiva. «Ven seas quien seas. No importa que seas infiel, pagano o adorador del fuego. Ven incluso si has renegado cien veces. Si no te has arrepentido. Ven tal y como eres». Otra vez Mevlana.

El próximo 17 de diciembre, fecha en la que se conmemora el fallecimiento de Mevlana, la ciudad acogerá a peregrinos de todas las creencias y procedencias. La ceremonia anual Seb-i-Arus (Noche de Alegría) este año será, lógicamente, especial. No faltará la danza de los derviches giróvagos, posiblemente el espectáculo más popular de Turquía. Se dice que los danzantes, en trance, tratan de integrarse con el cosmos como lo hiciera el propio Mevlana, «Pájaro de vuelo místico», girando y girando al son de la flauta y el tambor. «Muchos son los caminos que conducen a Dios -dijo el Maestro- y yo he elegido el de la música y la danza».

Momento será de recorrer la antigua mezquita, construída por orden del sultán otomano Selim II en el siglo XVI, convertida en un museo en el XX por el presidente laico Ataturk. Allí se conserva la tumba del místico sufí, justo debajo de una espléndida cúpula cónica de azulejos turquesas, rodeada de otras sepulturas de algunos de sus discípulos y familiares. Todas cubiertas con ricos terciopelos bordados en oro.

Momento de admirar alfombras, vasijas, instrumentos musicales y manuscritos. Allí dicen que se encuentra el Corán más grande y el más pequeño. Y encerrado en un cofrecillo, un pelo de la barba de Mahoma que nadie ve, pero que muchos intuyen.

Con todo, lo que el viajero apreciará más será la atmósfera apacible a la que contribuye la sedosa música de la flauta «ney» y, sobre todo, la afabilidad de los sufíes.

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