Perlas sufíes
webislam /Jaume Flaquer
El sufismo se define a sí mismo como el "corazón del Islam", su alma, su fuente de vida. Toda religión vive la tentación de la esclerotización ritual y dogmática. Consciente de ello, el sufismo se presenta como profundización espiritual de los gestos, oraciones y obligaciones de todo musulmán. Toda realidad aparece ante sus ojos como compuesta de una exterioridad y de una interioridad, de una "letra" y de un "sentido".
El sufí se sumerge en el mar de la exterioridad, de lo visible, de las apariencias, para buscar ahí, en lo profundo, su sentido, su alma, su fuente. La exterioridad -el rito, el dogma, la literalidad del Corán, etc.- no pierden nada de su valor, pero el místico decide no quedarse en la superficialidad de las cosas para conocer lo que da vida a esa letra. Así como la letra sin su sentido es letra muerta y el cuerpo sin corazón es cuerpo sin vida, el Islam vive de la savia de su mística.
Presentamos a continuación el camino sufí a través de diez textos que son como diez perlas que expresan la necesaria purificación del corazón hasta llegar a ser verdadero espejo de Dios. Como veremos en algunos de los textos siguientes, el sufismo centra su reflexión espiritual en el corazón.
1. La purificación del corazón
Lo primero que ha de hacer el místico es purificar su corazón y orientarlo hacia Dios para que sea fiel reflejo de los rayos divinos que se proyectan sobre él:
"Cuando uno posee un espejo polvoriento y oxidado y desea que refleje el sol perfectamente, será necesario poner en obra dos tipos de operaciones: pulir el espejo -que se efectúa por el dhikr [la invocación a Dios y el tenerle siempre presente]- y orientar este espejo hacia el sol, para que el sol se refleje perfectamente. Se pueden hacer horas y horas de dhikr, pero si no se orientan correctamente es tiempo perdido."
(Sidi Hamza al-Qâdiri Boudchich s. XXI)
Sabemos que la oración no transforma automáticamente el corazón del hombre. Es preciso que esté bien "orientada", pues, como cualquier acto humano, posee una ambigüedad intrínseca: puede ser tanto signo del más puro amor a Dios como del narcisismo espiritual más radical.
2. La desposesión del yo
Por eso, la oración no puede ser un replegamiento sobre sí, sino un camino de desposesión del yo:
"Ser sufí es desasirse de toda preocupación, y la peor de todas es la del yo. Mientras te ocupas de ti, estás separado de Allâh. La vía hacia él es sólo de un paso: salir de ti mismo".
(Junayd, s. IX-X)
3. La desaparición de la dualidad
Poco a poco, el yo va desapareciendo para que Dios tome todo el protagonismo. Aquel "conviene que Él crezca y que yo disminuya" (Jn 3,30) de Juan Bautista refiriéndose a Jesús, es vivido en toda su radicalidad por el sufismo con respecto a Dios. El hombre no sólo decrece sino que acaba desapareciendo por completo:
"Del estadio del "yo", el sufí pasa al de "no soy yo y Tú eres"; luego al estadio de "yo no soy y Tú no eres", porque el sufí es ahora uno con el Uno. La visión de Allâh y la recepción de su luz significa unificación y unión con su esencia, que es la Luz de las luces".
(Al-Sohrawardî, s. XII)
Cuando el sufí se desposee completamente de su "yo" no queda ya más que el "Tú" de Dios. Sin embargo, éste no es el último estadio de la unión con Dios puesto que Dios todavía es un "Tú", y por tanto quedan aún restos de alteridad entre Dios y el hombre. Es preciso que Dios como un "Tú" desaparezca también.
4. Ver a Dios en el hombre y al hombre en Dios
Por eso Hallâj puede clamar diciendo: "Yo soy Dios" (lit. "lo Real"), y tener la osadía de decir:
"Yo soy aquel a quien amo,
y aquel a quien amo es yo
Somos dos espíritus que moran en un cuerpo
Cuando me ves a mí le ves a él,
y cuando le ves a él, nos ves a los dos."
(Hallâj, s. X)
Pocos textos de la tradición musulmana se acercan tanto a la experiencia cristiana de que en un hombre, Jesús de Nazaret, se ha hecho presente Dios mismo.
5. El camino 'crístico' de algunos sufís
Hallâj siente que su camino de identificación con Dios pasa por seguir las huellas del Jesús crucificado. Antes de ser clavado en un madero, ve a la muerte como las puertas de la vida:
Dadme muerte, compañeros.
En morir está la vida,
mi morir es sobrevivir.
Mi vida es morir.
La abolición de mi ser es el mejor de los dones.
Sobrevivir, el peor de los daños.
Mi vida ha disgustado a mi alma
entre esas ruinas que se desmoronan.
Matadme, dad a las llamas
mis huesos perecederos.
(Hallâj, ss. IX-X)
6. Dar a luz al Jesús que llevamos dentro
En el sufismo, Jesús es presentado a menudo como modelo de la perfección espiritual y, para algunos místicos, este camino pasa por dejar que nuestro cuerpo engendre al Jesús que llevamos dentro:
"Nuestro cuerpo es semejante a María: cada uno tiene un Jesús en su interior, pero éste no puede nacer hasta que los dolores de parto no se manifiesten en nosotros."
(Rûmî, s. XIII)
7. La iniciativa es de Dios
En este camino de desposesión, Dios tiene siempre la iniciativa. Así se lo recuerda Jesús a sus discípulos: "no me habéis vosotros elegido, fui yo mismo quien os elegí" (Jn 15). Al-Bistâmî, uno de los primeros místicos del Islam vive la misma experiencia:
"Al principio estaba yo equivocado en cuatro puntos. Me aplicaba a tener a Allâh presente, a conocerle, a amarle y a buscarle. Al llegar al fin me di cuenta de que él me tenía presente antes que yo lo hiciera, que su conocimiento había precedido al mío, que su amor hacia mí había existido antes que el mío hacia él, y que me buscó antes que yo le buscara".
(Al-Bistâmî, s. IX)
8. En las soledades de la noche...
La relación del místico con Dios es descrita a menudo como la de dos amigos que pasan largas horas conversando y compartiendo mutuamente su intimidad. El lugar de tales encuentros es la alfombra del orante, que se convierte en su templo, en su tienda del encuentro, en su tierra sagrada. Por ello el creyente se descalza como Moisés ante la zarza ardiente. En ella, el místico pasa mucho más tiempo que el estricto de las cinco oraciones diarias. Dedica largas horas de la noche a esa conversación íntima. La noche no significa sólo la quietud, la paz y la soledad, sino también la trascendencia de todo lo creado, de todo lo que "aparece" durante el día. Por eso, en San Juan de la Cruz, es la noche la que junta al amado con su amada y, por eso también, Mahoma realiza su ascensión mística celeste de noche, hasta encontrarse con la fuente de toda luz. Esta ascensión del Profeta es el camino que todo peregrino debe realizar. Sin embargo, este viaje no consiste en ningún desplazamiento exterior sino en un viaje hasta el centro mismo de nosotros mismos, allá donde se descubre -con San Agustín- que "Dios es más íntimo que mi propia intimidad".
"Tengo un amigo que visito en las soledades,
presente, aunque escape a las miradas.
Me verás prestarle oído
para percibir su lenguaje
sin rumor de palabras.
Sus palabras no tienen vocales ni elocución,
ni nada de melodía de sonidos.
Es como si me hubiera hecho
interlocutor de mi mismo,
comunicando con mi inspiración,
con mi esencia, en mi esencia,
presente, ausente, cercano, alejado,
inaferrable a descripción por cualidades.
Está más próximo que la conciencia a la
imaginación.
Es más íntimo que la centella de la inspiración."
(Hallâj, ss. IX-X)
9. La posternación del corazón
La orientación del corazón es su qibla, su Meca, la dirección hacia la cual se prosterna su corazón. La prosternación corporal (suyûd) no es más que la exteriorización de la prosternación del corazón. Ahora bien, el místico sufí es aquel que encuentra a Dios en todas las cosas porque descubre que todas son teofanías de Dios. Por ello, todas las religiones exhalan un perfume de verdad, puesto que, a pesar de prosternarse hacia "cosas" diferentes en actitud de adoración, todas se prosternan hacia el Dios teofánico que se manifiesta en ellas.
La experiencia mística que lleva al reconocimiento de la presencia de Dios en todo está simbolizada en el sufismo de Ibn ´Arabî por la peregrinación a la Meca. La oración musulmana está siempre "orientada". Pero, si fuera posible orar desde el interior mismo de la Ka'aba no habría "dirección", o lo que es lo mismo, se descubriría que cualquier orientación es válida. La Ka'aba es para el musulmán el centro del mundo, el Polo del universo. De la misma forma que la brújula se vuelve loca en el Polo Norte, el corazón del creyente queda embriagado ante la presencia de la Ka'aba y descubre que Dios nos sorprende desde cualquier dirección. Si el centro del Cosmos es la Ka'aba, el centro del microcosmos, del hombre, es el corazón. Éste, igual que la Ka'aba, es como un cubo, es decir, enfocado hacia todas las direcciones del espacio, pues Dios se le acerca desde todos los lados. Ibn Arabî, situado desde ese centro del mundo vive su religión como la síntesis de todas las demás y dice:
Hubo tiempo en que yo censuraba a mi prójimo
si su religión era diversa de la mía.
Ya mi corazón acoge toda forma:
prado para las gacelas,
claustro para los monjes,
templo para los ídolos,
Ka'aba para el peregrino,
tablas de la ley,
volumen del Alcorán.
Amor es mi religión,
a cualquier parte que se oriente.
(Ibn 'Arabî, s. XIII)
10. Primacía de la caridad
El sufismo centra su preocupación en la transformación del corazón para la unión con Dios. El gran místico al-Ghâzâli (s. XI-XII) advierte contra la tentación de caer en un espiritualismo individualista y cita un dicho atribuido a Jesús.
"Jesús, la paz esté con él, vio a un hombre y le preguntó: "¿Qué haces?" - El otro respondió: "Estoy adorando a Dios". - Jesús replicó: "¿Y quién se cuida de tu subsistencia?" - "Mi hermano", [respondió]. [Jesús le dijo:] "Pues bien, tu hermano es mejor adorador que tú".
(al-Ghazâlî, s. XI)
Jaume Flaquer es jesuita, profesor de la Facultad de Teología de Cataluña y máster en Estudios Islámicos por la Sorbona de París.
Etiquetas: diálogos interreligioso, Jesús, sufismo
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