En unos renglones. Noticias de ayer mismo
De sobra conocéis a Antonio de Miguel. Hace unos años era una de nuestras sombras, entrañable sombra. Taberna a la que fuésemos allí estaba, o al poco aparecía, AdM en el poco historiado barrio de las Letras. Por donde andan, no se sabe muy bien dónde, y eso tal vez sea bueno, pero sí se sabe que dentro de los muros del convento de las Trinitarias Descalzas, los huesos de Miguel de Cervantes, el autor del "Licenciado Vidriera". Huertas, conventos, huesos y fantasmas. Alto y campechano, riojano y machadiano, socialdemócrata y alcohólico. AdM arrastraba un divorcio y muchos desengaños, sobre todo políticos. (AdM estuvo en el gabinete de prensa de los gobiernos municipales de Enrique Tierno Galván, pero empezó a militar en el Psoe en los 70, algunos años antes afiliado a Ugt.) Era lúcido y pragmático, en años de avance y mudanza, por lo que estaba resignado a la deriva. Ya no pertenecía al partido socialista hacía años. Pero lo llevaba bien porque su escuela, según contaba, era la de su maestro el periodista tranquilo y culto Luis Carandell. Pleiteaba por unas oposiciones a una plaza en Renfe que suponía, seguramente con certeza, que le había birlado un cargo de confianza del PP. Jugarreta pseudojurídica, de eso sabía, de sus sinsabores y palos de ciego. Su tiempo de paro lo apuraba en la barra de los bares, derrochando su vida y su palabra, entre raf y raf, sin acritud. Más epicúreo que estoico -y sólo en eso marxista: "Sólo soy un cerdo más de la piara de Epicuro"-, sin embargo, su educación jesuita, aunque agnóstico de fe, marcaba mucho más de lo que nosotros, los de entonces, podíamos suponer sobre el radar de su cercana persona. Su siguiente etapa: cuando fue nombrado, oh, cielos, cargo de confianza en el ayuntamiento de Alcorcón siempre me pareció iluminativamente forzada. El dedo. El dichoso dedo del que justamente se quejara como opositor agraviado ahora le agraciaba. Los pasos, en nuestra vida, para bien y para mal, siempre están medidos: mide el espía y el sastre, miden el paparazzo y la diseñadora gráfica, el oficinista y la cartera miden, el confidente mide, el borracho, en su desmesura soñiloca, también mide. La medida nos distingue, según parece.
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