En unos renglones. La mala conciencia y el fin

Todavía tengo el estómago revuelto con el caso de AdM, que os desvelé hace unos días. Y es que el final de una amistad siempre deja su resaca en el ánimo del que aún mantiene algún tipo de sentimientos hacia el otro. Mis sospechas se confirmaron tras un encontronazo con él en plena calle Atocha. Va y me suelta una mentira piadosa para cubrir su falta, en realidad, su miserable juego, nada más verme y sin que nadie le hubiese pedido explicaciones. Excusatio non petita... Ese simple hecho me desmuestra que mis sospechas no son fantasías. Y es que el tinglado es el que es y, como en cualquier organismo, los métodos (el soplo para obtener el cargo de confianza) y los mecanismos (el uso que con esa información hayan hecho sus superiores) están tabulados. Pero, en fin, en este caso, como en cualquier otro, lo mejor es distanciarse de la mala pieza, alejarse del soplón. La mentira tiene las patas cortas y cualquier cargo de confianza, meros cesantes de ayer, pinchados a la Administración de hoy, tiene sus días contados. La cuestión, por otra parte, sólo está en saber cuánto tiempo un sistema tan corrupto como el nuestro puede seguir prestando sus servicios. Con el ladrillo en caída libre, tendrán que estrujarse bastante más sus grises cerebros. Y ahí es donde nos veremos... no en los despachos sino en la calle.