jueves, noviembre 06, 2008

Pózima de Guanajuato

Como el hombre en el gesto de dar una voz en un barranco, que devuelve la voz, aumentada y distorsionada, las cosas de España se encabalgan en México tanto como las de México en España. Rara fatalidad, un rasgo histórico que se niega a ser borrado, nos trae y nos vuelve siempre por pasadizos en penumbra y ecos de ecos. El hecho de ser naciones fronterizas, que han tejido su historia a base de lanzadas y recosidos, residentes en fallas continentales, como se ha señalado no pocas veces por los comentaristas, tendrá que ver. No fue raro entonces que el proceso histórico que conocemos como nacimiento de la Modernidad sucediera en ese golfo y a orillas de ese mar con la conquista y el sometimiento de los pueblos indígenas. Pero los papeles de la historia me abruman en un tiempo en que cómo no dudar también de la cordura de la filosofía de la historia heredada; el eco del asesinato de Trostki y la sombra de Ramón Mercader, por ejemplo, me aturden hasta la sordera, como las matanzas de Tlatelolco.

Vuelvo mis ojos en busca de consuelo a la novela, manoseada por nuestros contemporáneos, aunque siempre fue víctima de violencia machista desde que naciera como pudín de géneros. Me detengo en la última pluma cervantina que ha dado la lengua española, Jorge Ibargüengoitia. Ya estoy deseando seguir los pasos de la huida de La Chamuca -tras la delación, la dispersión de la célula-, arrastrado por el hilo mágico de la voz del narrador, Marcos, El Negro, que tendrá que dejar su trabajo, el compromiso político, e inventarse el papel de un ingeniero de minas que vuelve al seno de la familia, arruinado y perseguido, para salvar la vida y tal vez su relación con La Chamuca. Y entrar de lleno en el espectáculo de las corruptelas oficiales, la sexualidad promiscua y liberadora, los anillos de las herencias familiares, el laberinto de los sentimientos filiales, todo eso, en ese cóctel de mediodía que son las breves páginas de "Dos crímenes". Y es que el mejor perdedor es el perdedor que no ha perdido la capacidad de asombro para con la vileza humana, tan humana, ni el gozo de soñar, tan humano, con un lugar mejor.

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