El duelo
Qué invierno, Wilfrid, de nieves en un país de cantos y tronchos mochos y vidrios rotos. Según las últimas predicciones meteorológicas, revueltas con las penúltimas letras de hipoteca protestadas y el salario justito para llegar a fin de mes, el frío no va a remitir próximamente. Y unos dicen que bien y otros se joroban. Eso dice el hombre del tiempo por la tele, y ya puede suponer que es materia constante de conversación. El caso es que el tiempo es la manera de no hablar de otras cosas más importantes. A esas cosas ya, felizmente, nos vamos haciendo. El frío y al mal tiempo que vendrá, se nota en la cara de la gente, no es su mayor preocupación. Otras nubes nublan sus miradas. Hay quien se pone mustio y hay quien florece, en esta época, tal vez siempre fue así, ya sabe que en cuestiones de vida o muerte siempre hubo disputa de bar, quizá por pasar el tiempo, Wilfrid, que a veces se hace sufrido y tedioso, largo y minúsculo, amable y terco.
Caigo en pensar en una obra de teatro que iremos a ver esta semana, tal vez la próxima, un encuentro ficticio. Ya estoy deseando. Descartes y Pascal. Y hago recuento. En mi mochila llevo de Descartes: el retrato de Franz Hals (junto al post); el recuerdo de la vaga lectura de sus dos obras más recordadas y tal vez leídas, ya sólo por los expertos, dos prólogos a dos trabajos científicos: el "Discurso del método" y las "Reglas para la dirección del espíritu". Dos obras con dos puestas en escena modernísimas, inaugurando una nueva era. Pero es en las "Meditaciones metafísicas" donde se mete en el barro. Casi sin querer. Y del modo mejor... que siempre es el más arduo: la puesta en duda de todos los conocimientos sensibles, el hallazgo de la certeza indubitable, la sospecha del avatar del genio maligno. Había abierto una puerta. Él, que siempre quiso permanecer en la sombra ("Bien vive quien bien se oculta"). Creo que quiso creer pero sin creérselo del todo. No me diga Wilfrid que, en el fondo, no era un iluso. Tan sólido. De Pascal, en cambio, me quedan retalillos. Birutas. Chaladuras. Siempre tan importantes. Una peli de Rohmer: "Mi noche con Maud". Trozos de las "Provinciales". Disputas teológicas, en forma de carta. De él se puede decir, en cambio, que quiso creer creyéndoselo... y convenciendo a los incrédulos. Y me queda, claro, el claro recuerdo de alguna de las paradojas que se ocultan en sus deslumbrantes aforismos: "Todos los males del hombre proceden por no saber quedarse en su propio cuarto". El duelo promete.
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