sábado, junio 06, 2009

Paradojas

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A propósito de «El plagio en poesía» escribe Antonio Castán: «En las últimas décadas, tal vez para aliviar cierta mala conciencia, los autores se inventaron un eufemismo -la intertextualidad- para referirse a lo que hasta el momento no había sido tachado sino de hurto».

No, los poetas no se inventaron ningún eufemismo: la intertextualidad es un término de la teoría literaria. Y nada tiene que ver con el hurto o la falta de originalidad. Con versos ajenos se puede hacer un poema propio. La originalidad que importa es la del conjunto, no la de cada una de las piezas. Con versos de Virgilio, Ausonio compone un picaresco centón nupcial que nada tiene de virgiliano, aunque lo tenga todo.

Miguel d'Ors considera la búsqueda de la originalidad una falta de originalidad. En su más reciente antología, El misterio de la felicidad (Renacimiento), enumera con minucia los muchos préstamos, ecos, tácitos homenajes que hay en sus poemas. (Ahora se sirve para ello de un crítico poco crítico, Ana Eire, que incluso avala sin fundamento sus manías persecutorias a propósito de alguna errata.) Todas esas referencias acrecientan el valor del texto, no le restan emoción personal ni originalidad. Y le regalan al lector curioso un valor añadido al señalarle sendas hacia otros textos.

Miguel d'Ors es un poeta paradójico. A él como a ningún otro se le podrían aplicar las palabras de Dante a Arnaut Daniel que luego a Eliot le sirvieron para homenajear a Pound: il miglior fabbro. Y sin embargo pocos dan una mayor impresión de naturalidad, de lenguaje directo y conversacional. Le gustan los poemas muy trabajados, pero le parece poco elegante que muestren las sudorosas huellas del trabajo.

No es la menor de sus paradojas que junto al poeta habite un inquisidor, y junto al hombre que duda, un integrista religioso en posesión de la Verdad con mayúscula. Como quien come un plato de pescado, al leer alguno de sus poemas tenemos que ir cuidadosamente apartando las dogmáticas espinas.

Solo media docena de poemas inéditos aparecen en esta antología, pero eso al lector habitual de Miguel d'Ors apenas le importa: sus poemas, como todos los poemas verdaderos, son nuevos a cada nueva lectura. Nadie como él sabe emocionar, hacer sonreír, hacer pensar, contar nuestra vida al contar la suya con los más precisos datos autobiográficos, utilizar materiales ajenos -algo que nada tiene que ver con el hurto, sino con la creatividad- para crear un mundo inconfundiblemente propio.

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