jueves, junio 26, 2008

Necrológica. Albert Cossery

Octavi Martí/ elpais
Foto: Agence Vu

No quería nada. "Para probar que estoy en la tierra no necesito de coche alguno", decía Albert Cossery, escritor egipcio de lengua francesa fallecido en París el pasado domingo a los 94 años. En su habitación de hotel. La misma desde 1945, sólo que ahora con nevera y televisor.

Cossery había nacido en El Cairo en 1913. Su madre era analfabeta y su padre, rentista. "Su principal ocupación consistía en leer el periódico", explicaba el hijo, que nunca dejó de estar fascinado por la capacidad de no hacer nada: "Yo escribo dos frases por semana". El resultado fue un libro cada 10 años, algunos de ellos magníficos, como Mendiants et orgueilleux (Mendigos y orgullosos, 1955), que conoció una nueva vida durante la década de los noventa, cuando fue adaptado a la pantalla y transformado en cómic de éxito. Su protagonista, Gohar, es un mendigo.

Como buena parte de la burguesía cairota, Cossery leía en francés. La revelación literaria le llegó a través de Balzac. A los 17 años ya se asomó por París, pero luego, entre 1939 y 1945, trabajó como segundo de a bordo en un mercante egipcio. Acabada la guerra se instaló en París, en compañía de sus amigos: Lawrence Durrell, Henry Miller, Albert Camus, Jean Genet, Juliette Greco, Alberto Giacometti o Boris Vian.

Su primer libro -una serie de relatos que lleva por título Les hommes oubliés de Dieu (Los hombres olvidados de Dios, 1936)- se publicó en revistas cairotas y fue reunido en un solo volumen por Miller, que lo editó en Estados Unidos. En 1947 dio a conocer La maison de la mort certaine (La casa de la muerte segura) -en Egipto lo publicaron en 1942-, una historia de un edificio ruinoso que le vale como metáfora de Egipto y del mundo, un enfrentamiento entre ricos inútiles y gandules filósofos, y en 1948 edita Les fainéants dans la vallée fertile (Los holgazanes en el valle fecundo), que presenta a una familia que cultiva la pereza con pasión.

Durante la posguerra parisiense, Cossery, siempre acompañado de su gran amigo Camus, ambos dedicados a intentar seducir a las chicas más atractivas, tomó la decisión de no moverse ya nunca de su habitación en el modesto hotel La Louisiane. Allí ha dormido su último sueño. "Nunca he poseído nada. ¿Para qué? Me basta mi habitación de hotel". Eso sí, tenía varios trajes, siempre impecables, y se paseaba por Saint Germain-des-Prés siempre erguido, con el cigarrillo entre los labios y un pañuelo emergiendo del bolsillo de la chaqueta.

A pesar de haber escrito siempre en francés, también siempre quiso que sus historias transcurriesen en su ciudad natal. "Soy de cultura egipcia y lengua francesa, con un mundo egipcio. Pienso en árabe". Y eso también se comprueba en La violence et la dérision (La violencia y la burla, 1964), Un complot de saltimbanquis (1975), Une ambition dans le désert (Una ambición en el desierto, 1984) y Les couleurs de l'infamie (Los colores de la infamia, 1999), sus otras novelas repletas de barrenderos, ladronzuelos, prostitutas y mendigos, de una distinción principesca y de un menosprecio por la riqueza dignos de Diógenes.

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