jueves, agosto 14, 2008

Echando de menos a Valente

En días como hoy, cuando las malas noticias sobre el tren de mercancías de la economía se embarraginan con las opiniones licenciosas y licenciadas de los sabios de la tribu, siempre oportunas, medidas a su medida, se echa de menos al mejor. Puede que no al más lúcido, al margen de su extremo terreno. Puede que tampoco al más templado. Desde luego que nunca fue el más mediático. Sabido es que en España, especialmente en este país que lleva por nombre España, especialmente si uno es de aquí, de esta tierra habitada por seres con su alma árida y pedregosa, hay miles de modos de descalificar, de invitar a la desconfianza: su carácter difícil, esquinado, la tentación oracular de la poesía, la odiosa manía de nadar a contracorriente, el divismo que se mira en el espejo, quien mal anda... ya se sabe como acaba. Pero nunca sobra la voz que no responde automáticamente a la llamada del amo. Como nunca sobra la huella que se sale del sendero trillado y no sabemos qué nueva ruta abrirá. En días como hoy, se echa de menos al menos malo, si es que decir el mejor es decir siempre demasiado.


Estar.
No hacer.
En el espacio entero del estar
estar, estarse, irse
sin ir
a nada.
A nadie.
A nada.

Al dios del lugar, José Ángel Valente

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