Fiesta
José Luis García Martín/ lanuevaespaña
Me gusta la vida que llevo. Uno de esos encuentros que nos cambian la vida, no es uno de mis sueños, sino una de mis pesadillas. Y sin embargo... «Esta noche doy una fiesta en mi casa, ¿quieres venir?». «Detesto las fiestas». «Ésta, no. Ya lo verás. Te recojo a las ocho. ¿Sigues viviendo en la calle Murillo?». Asentí. Hacía tiempo que no nos veíamos. Yo seguí excusándome, pero ella se despedía sin escucharme. «A las ocho, no lo olvides». Y a las ocho en punto llamaron al timbre. Me asomé a la terraza. Me saludó sonriente, de pie junto al coche. Tenía mi edad, quizá algún año menos, pero aparentaba la mitad. Bajé a disculparme; no hizo caso de mis disculpas. «Mañana tengo que madrugar, he de escribir un artículo». «¿Y el resto del día qué tienes qué hacer?». La verdad es que no tenía nada que hacer. «Lo escribes un poco más tarde, ¿qué problema hay?». Me llevó a un caserón, cerca de Oviedo (apenas tardamos un cuarto de hora), pero desde el que no se veía la ciudad, sólo el cerco de montañas y las manchas blancas de alguna aldea lejana. Un muro semiderruido rodeaba el descuidado jardín, un sendero arbolado llevaba hasta la entrada principal. «¿Te gustaría vivir aquí? Tendrías toda la tranquilidad del mundo». «Ya tengo toda la tranquilidad que necesito». «En pocos minutos puedes estar donde quieras estar». «No tengo coche. Aquí me sentiría como en una cárcel». «Yo te llevo donde quieras, cuando quieras». De momento, me llevó hasta el lugar más tentador que pueda imaginarse. Una biblioteca que ocupaba varias habitaciones contiguas, la mayor de ellas, con grandes ventanales que daban al jardín. En seguida olvidé mi incomodidad y me puse a curiosear. «¿Sé o no sé yo el tipo de fiesta que a ti te gusta?», me dijo sonriente. «¿Vives aquí?». «Tengo llave, pero ésta es la casa de un amigo. Es él quien quiere conocerte». «¿Dónde está ahora?». «Bajará dentro de un momento». «Yo ahora tengo que irme. Por la mañana volveré a buscarte». Y antes de que pudiera reaccionar, salió de la biblioteca y se oyó el ruido del coche al ponerse en marcha. Volvió bien entrada la mañana. «¿Qué tal lo has pasado?». Yo me limité a sonreír. Sonrío ahora de nuevo al recordarlo, mientras paseo por el Campillín, pero mi sonrisa es de resignación y melancolía. Este Corán, en francés, que compro por un euro viene de aquella biblioteca (recuerdo bien el sello, con sus iniciales y el búho de Minerva), lo mismo que este «Saint-Genet», de Sartre. ¿Cómo habrán llegado a parar aquí? Vencí la tentación, las sucesivas tentaciones, no volvió a repetirse aquella fiesta, aquella noche fuera del mapa y del calendario, mi vida no se salió del carril previsto. Como siempre, hice lo que debía hacer, lo que más me convenía. Nunca he tenido la tentación de arrepentirme. Y sin embargo...
1 Comenta:
quien cuando y porque?
sorprendeme Jaime
10:45 p. m.
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