miércoles, octubre 08, 2008

¿Pero los ppeperos son neocon o no lo son? No me queda claro

Entre los muchos y problemáticos debates que genera cualquier tentativa de pensar la realidad, se encuentra la tensión entre alta cultura y folklore, o entre conocimento académico y sabiduría popular. Uno de los principales conflictos de aquellas personas o escuelas de pensamiento que han pretendido o pretenden regenerar una nación por medio de la instauración de elites culturales, educativas y políticas es su dificultad para democratizar dicho proceso, que no sea una imposición unilateral desde arriba. Ha sido una de las críticas recurrentes al análisis de Ortega y Gasset en "La rebelión de las masas" tanto por sus contemporáneos como posteriormente, y el fracaso vital de Ortega y su generación es otra muesca en la culata de esa arrogante teoría social. Leo Strauss (en la imagen, no es muy querido por los usuarios de la internet) fue coetáneo de Ortega, y su educación, puede decirse, fue semejante en cuanto estudiaron en universidades alemanas de principios de siglo, en esa lengua, rodeados de un humus cultural bien concreto, que no ha vuelto a darse en el casi siglo posterior que hemos vivido. En aquel caldo de cultivo, el helenismo era casi una religión... gracias a los trabajos filológicos de Winkelmann o la obra mutilada cuando no manipulada de un tal Friedrich Nietzsche, que influiría poderosamente en la mente y las obras de Edmund Husserl, Martin Heidegger o el señor Gadamer. El mundo griego, por supuesto, tenía su propia religiosidad, incluido el paganismo, tan alejadas en cualquier caso de cualquier tipo de catolicismo. La figura de Leo Strauss emerge en ese contexto, con una lectura aristocrática y crasa (coloquialmente diríamos 'facha') del platonismo, deformando la figura de Sócrates, visto como un protocomunista, en cualquier caso un demócrata que acepta la resolución de los conflictos humanos por medio de la palabra y la argumentación, sin hacer uso de la fuerza para imponer su criterio.

La explicación de Rafael. L. Bardají en su artículo "¿Pero qué demonios es un neocon?", publicado en libertaddigital, tratando de exculpar a los neoconservadores americanos de sus torpezas, produce casi risa. La distancia entre Norteamérica y España es realmente grande, y para realizar comparaciones hay que hilar mucho más fino. Insiste Bardají en que los neocon no fueron tan decisivos ni tan influyentes desde su llegada y reconocimiento a los lugares del poder tras la victoria electoral de Ronald Reagan, pero no resulta creíble. Trata de exculparles de los despropósitos de los gobiernos de Bush junior, insinuando que tras la invasión de Iraq y los desastres posteriores, fueron apartados de los centros de decisión, y eso no es más que una verdad a medias. Pero lo más asombroso de su articulillo autoexculpatorio sigue siendo su empecinamiento en que trataban "de exportar la libertad y la democracia a Oriente Próximo" como se exportan melones o compresas o piernas ortopédicas. Por no hablar de esa agenda de apoyo a la democracia que iban, de nuevo, a exportar -las metáforas las carga el diablo; es como cuando Esperanza Aguirre habla de sus compinches que han "comprado" los argumentos del adversario- John McCain y José María Aznar, dentro de la Iniciativa de Madrid, de haber ganado el PP las elecciones de 2004, que pone los pelos de punta. El programilla neocon que apunta el autor porque a él se le ocurre da miedo por el simplismo de las opciones en juego, la beligerancia en las formas y esa visión eurocéntrica y monomaníaca que les hace aborrecer del multiculturalismo tanto como aborrecieron a la hora de invadir Iraq del multilateralismo. Cuanto más quieren arreglarlo, peor lo ponen.

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