poesía culta, poesía popular
Antonio y Manuel, Manuel y Antonio. Se llevaban once meses. Eran completamente distintos e inseparables. Murieron hace más de sesenta años, primero Antonio, luego Manuel. Manuel se enteró de la muerte de Antonio tarde. Estábamos en guerra. Ambos habían tenido un padre, Antonio Machado y Álvarez, Demófilo, el primer folklorista del flamenco. Demófilo les inculcó el amor a los cantes populares, él que los anotaba e historiaba. El gusto por la palabra oral, que ninguno perdió en su obra de autor afortunadamente. Muchas de las coplas de Manuel se confunden con las coplas populares. A él no le importaba, sino todo lo contrario. En este poema lo dejó bien claro.
(Ninguno conoció la SGAE ni las licencias copyleft.)
Hasta que el pueblo las canta,
las coplas, no son de nadie;
y cuando las canta el pueblo,
ya nadie sabe su autor.
Tal es la gloria, Guillén,
de los que escriben cantares:
oír decir a la gente
que no los ha escrito nadie.
Procura tú que tus coplas
vayan al pueblo a parar,
aunque dejen de ser tuyas
para ser de los demás.
Que, al fundir el corazón
en el alma popular,
lo que se pierde de nombre
se gana de eternidad.
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