domingo, febrero 14, 2010

Toros





Pocos niegan
que la tauromaquia ha tenido un relieve grande en nuestras artes desde hace siglos. La fiesta ha sido vista, practicada, comentada y cantada por un pueblo alegre por fuera y con una relación temerosa y sagrada con la muerte. La fiesta celebra esa relación misteriosa entre el hombre y la fiera. El problema fundamental que señalan los abolicionistas es que el animal ha sufrido una alteración de la percepción: de la bestia al animal con derechos ha habido un largo recorrido que nuestro país no puede ignorar sin desviarse del patrón de los naciones que reconocen dichos derechos. Pero el problema mayor de la fiesta da la sensación que se encuentra entre sus aficionados, sus concelebrantes y el coro de los media. Por sus declaraciones en defensa de la lidia no se percibe que entiendan ni mucho menos la profundidad del planteamiento del problema. Así es difícil entenderse. Tal vez por eso lo justifican con embestidas y veladas amenazas. Y en esto sí que ha habido cambio, pues antiguamente las figuras del toreo consagradas estaban aureoladas por la sabiduría. Ya fuera Juan Belmonte, Antonio Bienvenida, Pepe Luis Vázquez, Antonio Ordoñez, Antoñete o Paco Camino, además de figuras del toreo eran personas ponderadas que se las escuchaba con atención porque, en ocasiones, decían cosas profundas. O si no, sabían estar callados.

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