viernes, enero 07, 2011

en el homenaje a Góngora















Allí, si miramos detenidamente
, estaba. Con la cabeza gacha. El del pelo cortado a raya. El tercero por la derecha, entre Dámaso Alonso y Jorge Guillén. Su cara afilada, en un cruce imposible entre Franz Kafka y Manolete. A menudo me he preguntado porqué en las antologías de poesía de la Generación del 27 nunca se reseña la poesía de José Bergamín, su ausencia. En la que yo estudié, la de José Luis Cano, tampoco aparecía. Pero su poesía. Alada, hija de Bécquer y de Lope (esto es un endecasílabo, y parece un plagio de un artículo de Luis María Anson o Miguel Ángel Aguilar, o viceversa).

Bergamín volvió a España tras la restauración borbónica, pero no se plegó a los dictados del régimen monárquico. De hecho, escribió un panfleto: La confusión reinante. Como Rafael Alberti o Dolores Ibárruri sí lo hicieron, con su presencia en las Cortes. Es cuento viejo: sus huesos, ay, sus huesos, un símbolo poético y vital, fueron a parar a Hondarribia o Fuenterrabía. Sólo Herri Batasuna (HB) podía amparar sus ideales políticos en su última etapa.

Pero sus versos, ah, sus versos.

Aun sin caer en las redes de las antologías... merecen lectores.

Cierra tú mis ojos
cuando yo me muera
para que en mis párpados
todavía sienta
la caricia viva
que en tu mano tiembla.

Ah, sus versos. Aún andamos así... y CON UNOS 300.000 MUERTOS SIN IDENTIFICAR EN LAS FOSAS, UN GENOCIDIO HECHO Y DERECHO, y nos hablan de derechos de autor. Qué peña.

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