Lección urbanística de rumba catalana
Alfonso Vázquez, La Opinión de málaga
Para bien o para mal, la historia de la provincia de Málaga está vinculada a la figura del nuevo rico, reconvertida en el último tercio del siglo XX en el constructor sin escrúpulos que tanto daño ha hecho en la Costa del Sol, ofreciendo a las generaciones futuras materiales ínfimos, altas dosis de arquitectura basura y barbaridades urbanísticas en bastantes rincones de nuestro litoral.
En este panorama tan complaciente con el ladrillo y que ha hecho posible monstruosidades como el GIL la ciudad de Málaga nunca ha sido un ejemplo para nadie. Es más, continúa alentando operaciones propias de ciudades sin norte.
Los lectores malagueños seguramente sepan que la exhibición de urbanismo vandálico promovida por la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento de Málaga en Hoyo de Esparteros incluye la demolición del edificio del autor de la calle Larios.
El martes, un historiador del Arte nos descubrió que además de pertenecer a la familia Loring Heredia, el inmueble fue sede temporal del Gobierno Civil, seguramente tras el incendio de la Aduana. No es de recibo que sólo algunos de los elementos de este edificio se rescaten para colocarlos junto a la mole de diez plantas que perpetrará Moneo.
A esta muestra de incultura e incivismo hay que sumar la desaparición de la centenaria calle del Pasillo de Atocha, que será ocupada por la mole hotelera, como en los mejores tiempos del desarrollismo desbocado. El Pasillo de Atocha hace referencia a la imagen de la Virgen de Atocha, que se encontraba en esta calle. No olvidemos que la atocha es el esparto y que en esta zona de la ciudad trabajaban los esparteros.
La calle Hoyo de Esparteros, por cierto, lugar de residencia de las familias más boyantes de Málaga, es otro de los sitios de esta ciudad que han ido desapareciendo, aunque lo del hotel será, sin duda, el remate final.
Con la misma sensibilidad urbanística que Atila, un número muy reducido de políticos ha decidido hacer una excepción a la normativa del Centro Histórico y doblar la altura permitida, ignorando, por cierto, a los profesionales que habían determinado, no precisamente por capricho, una altura máxima.
En las últimas semanas, el firmante ha tenido la oportunidad de hablar con varios arquitectos y urbanistas que quisieron dejar bien claro que el emperador está desnudo, y que detrás de esta supuesta dosis de prestigio que nos aportará la obra de un arquitecto encumbrado, se esconde el mismo sustrato de caspa y estulticia de los pelotazos inmobiliarios.
Málaga perderá el Pasillo de Atocha, un precioso edificio de 1894 y a cambio recibirá un nuevo Málaga Palacio.
Sorprende el que detrás de la autorización de esta insensatez se encuentren unos políticos jóvenes y en teoría sensibles y formados como el concejal de Urbanismo, Manuel Díaz, y el delegado de Cultura de la Junta, Manuel García, a quienes en memoria de este aliño provinciano, ellos me permitirán que les llame, por una vez, Los Manolos (o el urbanismo malagueño con la alegría de la rumba catalana).
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