Ahí están, querido Wilfrid, los Reds de los años 80. Los años 80. Con Souness y Rush. Con Dalglish y Whelan. Con Bruce Globbelaar y Lee. Con Michael Robinson, que sólo después se quedaría en nuestro recuerdo. La bestia negra. Empezamos los 80 temiendo a los rojillos de Anfield y terminamos aplastados por la apisonadora de Sacchi, en San Siro, al final de la década. Los 80, en cambio, vuelven con los recuerdos del principio.
Oíamos narrar los partidos a Gaspar Rosetti. Aguantando la odiosa tutela de García y el sucinto comentario técnico de Jacinto de Sosa entre chupitos de Veterano y el cigarrillo BN. Al menos nos quedaba la entrañable voz de Domingo Balmanya y su riqueza de vida vivida, sus saberes positivos. Ay, aquella Antena 3. La de Martín Ferrand. Con Miguel Ángel García Juez y Luis Carandell y Luis Ángel de la Viuda, y Antonio Herrero... y, claro, Carlos Pumares y José Ramón Pardo. Qué radio.
Jugábamos aún al hula-hoop y al gol regañao en la bocacalle; ignorábamos qué era la Otan y no supimos cómo era un avión de combate -vendían fascículos para montar maquetas por piezas- hasta que Inglaterra ganó la guerra de las Malvinas, y después, cuando Estados Unidos invadió Granada; copiábamos en servilletas la solución al cubo de Rubik; masticábamos chicles Bang-Bang, comíamos regaliz y cambiábamos los tacos de cromos de la liga de fútbol; Uralde o Maceda o Carrete o Goicoechea o Esnaola o Landáburu eran apellidos que sabían a fútbol con clase;
aún vivía Juan Gómez, "Juanito", que llevaba el 7, era otro 7, ¿te acuerdas?;
aún las mujeres apenas iban a los estadios ni veían el fútbol televisado, como los intelectuales (salvo Manuel Vázquez Montalbán y Miguel Delibes) que aborrecían en público del juego y lo consideraban zafio y de mal tono;
sólo veíamos la primera cadena y el Uhf; echaban carta de ajuste y el himno nacional cuando terminaba la emisión; los debates de La Clave eran superaburridos; los anuncios publicitarios apenas se recuerdan y el "Un, dos, tres" era una pequeña tortura familiar-semanal en el cuarto de estar; los partidos casi no se televisaban entonces -uno el sábado por la tarde, creo-, pero se oía la radio a todas horas: por los patios de las comunidades de vecinos, en los primeros radio-casettes portátiles de los automóviles (Citröen GS, Talbot Horizon, Renault 12, Seat 124) y al fondo de las barras de los bares.
Por ejemplo, la voz de Héctor del Mar en Radio Intercontinental, que no dejó discípulos apreciables, como la de Víctor Hugo Morales.
Los años 80. Fueron los años donde todas nuestras pesadillas colectivas empezaron a formarse... la desindustrialización, la expropiación de Rumasa, la desaparación del Norte negro y blanco (el carbón y la leche cayeron en desgracia) mientras no se sabe qué nuevo nacía, Wilfrid. Dejaron sus lugares natales y muchos sus oficios, y cambiaron el campo por la ciudad, sin escalones intermedios. De aquella ilusión, hoy, según parece, sólo queda la roña del sueño: chaletes y casoplones, ciudades fantasma y, como lápida futurista, las Cuatro Torres del Real Madrid al final de la Castellana. Lo que nos rodea está hoy -así lo siento- más enriquecido y más envilecido, es más agraciado y más desagradecido, somos igual de ignorantes y estúpidos pero ya con una posición en el mundo... que ahora se tambalea. Y encima, estas cápsulas de recuerdos... para nada, sin posibilidad de olvido.
Naturalmente, no veré el partido de Champions. Mejor no acumular más recuerdos. Practicar la ataraxia: sin estímulos lograremos burlar al dolor. Además, este ya no es mi juego.
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