El sistema de partidos en que se asienta la Costitución del 78 ha desembocado en una alternancia de los dos partidos mayoritarios. Probablemente, era de esperar por sus artífices. Este sistema castiga a la tercera fuerza electoral que tiene que pagar muchos más votos por cada escaño de representación. Tampoco eran las fuerzas nacionalistas las principales beneficiarias de la ley D'Hondt, como suele repetir machacanomente la prensa burguesa españolista, sino las dos fuerzas mayoritarias: Psoe y PP.
La derecha parlamentaria ha gobernado menos años que la izquierda progresista (ellos mismos renunciaron a la denominación socialdemócrata) durante estos treinta años. La derecha comenzó fragmentada entre los centristas ucedistas, que aparentaban jugar a la ruptura con el régimen de Franco, al menos en cuestiones formales y cívicas, y la derecha conservadora, nostálgica de la Dictadura y sus valores: unidad nacional, tradicionalismo, ruralismo, familia y credo católico.
La primera etapa de Alianza Popular, siempre en la oposición, se centra en un programa conservador en lo moral y en el ejercicio del poder, jerarquía y el carisma de su líder; en política exterior, más europeísta que atlantista; alérgico a liberalismos. La refundación en el Partido Popular, además de un cambio de líder, supuso un intento por modificar el corazón del ideario conservador: el viaje al centro.
Los gobiernos de Aznar promueven el atlantismo y son belicosos con los logros europeístas. Utilizan la figura histórica de Manuel Azaña para darse un baño de academicismo, pero la manera de gobernar es genuniamente populista: ETA como espantajo para todo, un nuevo nacionalismo basado en los éxitos del deporte y el fetiche de los datos macroeconómicos como una especie de marcador del estado del país, las alianzas con los gobiernos del laborista Tony Blair, el populista Silvio Berlusconi o el neocon Georges W. Bush.
Extrañamente, Aznar designa al más blando de sus tres posibles delfines. Ni Rato ni Mayor Oreja son elegidos, sino Mariano Rajoy. El atentando del 11 de marzo en las estaciones de Atocha, El Pozo y Santa Eugenia desata el descontento popular, ya larvado en las protestas contra la invasión de Iraq. El golpe descabalga del gobierno a los populares, incapaces de gestionar la catástrofe en sus parámetros populistas.
Un PP ciego antes sus errores en política de prevención y defensa contra el terrorismo internacional. Encerrado con el juguete etarra, del que había hecho respuesta para todo tipo de crítica, es incapaz de reaccionar ante la agresión en términos creíbles, y pierden las elecciones. Su propia paranoia grupal les impide reconocer su error de análisis, y se arropan bajo la teoría conspirativa del atentado, lo que les lleva a enconar su discurso y volver a perder las elecciones cuatro años más tarde. Un error de libro, fruto de las tensiones internas del partido y la prensa amiga.
Durante el primer mandato de Zapatero, Rajoy continúa con la construcción del discurso populista, que aborta la autocrítica y les perfila en la situación de don tancredos que esperan el fallo del adversario. Rajoy advierte tan tarde como Zapatero sobre la crisis financiera, que no sabe ver ni espera, y es tan negacionista como él a la hora de examinar el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. El grueso de su electorado, obreros mal pagados y rentistas, no resulta el público ideal para denunciar el timo del ladrillo, del que son víctimas principales.
A falta de un año para las elecciones generales, las encuestas dan la cabecera al PP sobre el Psoe. El desgaste de los gobiernos socialistas es patente: la crisis financiera, el crash del ladrillo, el parón europeísta, el discurso retórico y banal de los socialistas en materias como las relaciones con el mundo árabe, donde enuncian un discurso que no llevan a la práctica, su apoyo a las medidas de las instituciones europeas dando la espalda a lo más desfavorecido de su electorado, no le auguran buenos resultados en las urnas. El populismo popular tiene ventaja en las encuestas, pese a que su líder, Rajoy, sea percibido como un sujeto de poco fiar.
Lo cierto es que treinta años después, el régimen del 78 parece llegar a un callejón sin salida. Los socialistas han dado la espalda a las reclamaciones de su electorado natural, y sufrirán reveses y la necesidad de articular un nuevo discurso; los populares llegarán al poder en un año sin un programa claro de recuperación y sin la confianza ni interna ni externa para poner en marcha reformas regeneradoras. Los nacionalistas dan por agotada la vía estatutaria, y esperan la posibilidad de dar un paso fuera del marco constitucional.
La esperada subida de los tipos de interés del Banco Central Europeo dejan el escenario económico español al borde de la bancarrota y sin posibilidad de financiar un sistema que necesita el chute del crédito fácil. Y en el espejo de la televisión y las redes, las revueltas en el mundo árabe, sabiendo que la península ibérica, a lo largo de los siglos, siempre fue laboratorio para probaturas.
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